¿Qué pasaría si pudiéramos enseñar de una forma que de verdad conecte con el cerebro de nuestros alumnos? Por ejemplo, de acuerdo con la Asociación Americana de Psicología (APA), el bienestar emocional no solo afecta al estado de ánimo, sino también al rendimiento académico, el aprendizaje y el desarrollo integral del alumnado. Por este motivo, comprender cómo influyen las emociones, la atención o la motivación en el cerebro es clave para transformar la educación.
En este contexto, la neuroeducación ha marcado un antes y un después en la forma de entender la enseñanza. Esta disciplina combina neurociencia, psicología y pedagogía para crear experiencias de aprendizaje más efectivas, significativas y adaptadas al funcionamiento real del cerebro.
En este artículo, te contamos qué es la neuroeducación, cómo puede ayudarte en el aula y qué estrategias puedes aplicar para mejorar tanto el rendimiento como el bienestar y la motivación de tus estudiantes.
La neuroeducación es una disciplina que integra conocimientos de neurociencia, psicología cognitiva y educación para comprender cómo funciona el cerebro durante el aprendizaje y, de esta forma, desarrollar métodos de enseñanza más efectivos. En este sentido, no se trata solo de aplicar técnicas innovadoras, sino de entender los procesos cerebrales que sustentan la adquisición de conocimientos.
Esta disciplina ha ganado fuerza en los últimos 20 años, gracias al desarrollo de técnicas de neuroimagen que permiten observar el cerebro en funcionamiento. De hecho, este campo se ha consolidado como una de las corrientes pedagógicas con mayor respaldo científico y proyección de futuro.
El término fue popularizado por Eric Jensen y David Sousa, quienes comenzaron a tender puentes entre la investigación neurocientífica y la práctica educativa. El objetivo principal de estos investigadores era superar la brecha entre el conocimiento sobre el funcionamiento cerebral y su aplicación práctica en las aulas.
El propósito principal de la neuroeducación es optimizar los procesos de enseñanza-aprendizaje a partir del conocimiento científico sobre cómo funciona el cerebro. Esta disciplina no solo transforma la forma en que se enseña, sino que también aporta beneficios concretos tanto para estudiantes como para docentes.
Los docentes pueden aprovechar este conocimiento para diseñar propuestas que estimulen la curiosidad, la sorpresa o el juego, para potenciar habilidades y actitudes esenciales como las siguientes:
Atención sostenida. Al conocer cómo mantener la activación cerebral, se pueden planificar actividades que eviten la fatiga cognitiva.
Memoria. Las técnicas neuroeducativas ayudan a consolidar mejor la información en la memoria a largo plazo.
Motivación. Se ha demostrado que el cerebro activa sus circuitos de recompensa mediante la liberación de dopamina, sobre todo cuando siente curiosidad o logra resolver un reto.
Además, la neuroeducación facilita la retención y transferencia del conocimiento, permitiendo que lo aprendido no solo se memorice, sino que se aplique en nuevos contextos.
En este sentido, resultan útiles estrategias como la recuperación espaciada, que consiste en repasar la información en intervalos de tiempo crecientes, y la interconexión de conceptos, que ayuda a relacionar los nuevos aprendizajes con conocimientos previos. Ambas técnicas mejoran la comprensión, refuerzan la memoria a largo plazo y consolidan un aprendizaje más profundo y duradero.
Para los docentes, la neuroeducación ofrece herramientas prácticas basadas en investigaciones científicas que ofrecen las siguientes posibilidades:
Diseñar experiencias de aprendizaje más eficaces, con un enfoque centrado en cómo se produce realmente el aprendizaje.
Facilitar la adaptación metodológica a las necesidades y ritmos de cada estudiante.
Contribuir a generar entornos más inclusivos, humanos y sostenibles, en los que se prioriza el bienestar emocional como base del aprendizaje.
La neuroeducación nos ofrece una nueva mirada sobre el proceso de aprendizaje. A continuación, exploramos siete principios que ayudan a comprender cómo aprende el cerebro y cómo aplicar este conocimiento en el aula.
El cerebro humano está biológicamente preparado para aprender en contextos sociales. Las interacciones con otras personas activan circuitos neuronales específicos que potencian la atención, la memoria y la comprensión. De ahí que los estudiantes que participan en actividades de aprendizaje colaborativo muestran una mayor activación en las áreas cerebrales vinculadas al procesamiento cognitivo.
En el aula, este principio se puede aplicar mediante metodologías activas como las siguientes:
Trabajo en equipo.
Debates estructurados.
Estas dinámicas no solo favorecen la adquisición de conocimientos, sino que también fortalecen competencias sociales clave para el entorno laboral actual.
Además, reconocer la dimensión social del aprendizaje implica cuidar el clima emocional del aula. Y es que crear un espacio seguro, en el que el alumnado se sienta libre para expresarse, compartir ideas o equivocarse sin temor, es esencial para que el aprendizaje se desarrolle de forma saludable y significativa.
La neurociencia ha revelado que las emociones y la cognición están ligadas. Las estructuras cerebrales implicadas en el procesamiento emocional, como la amígdala, influyen en otras áreas responsables de la atención, la memoria y la toma de decisiones.
Por este motivo, los contenidos con carga emocional positiva se recuerdan mejor y durante más tiempo que la información neutra. De ahí que sea importante incorporar elementos que despierten la curiosidad, la sorpresa o la alegría en las experiencias de aprendizaje. Por el contrario, cuando un alumno experimenta miedo, ansiedad o estrés, su capacidad para aprender se ve limitada.
En esta línea, la neuroeducación promueve el uso de estrategias que favorezcan un entorno emocionalmente seguro. Aquí destacamos algunas de las herramientas para activar el aprendizaje desde una base emocional sólida:
Gestión emocional.
Establecimiento de vínculos afectivos en el aula.
Uso de narrativas con carga emocional.
La atención y la memoria son procesos clave en cualquier experiencia de aprendizaje. La atención actúa como un filtro que selecciona qué información procesará nuestro cerebro, mientras que la memoria nos permite retener y recuperar esa información.
En este sentido, se estiman que la capacidad de atención sostenida en adolescentes y adultos oscila entre los 10 y 20 minutos, lo que pone de relieve la importancia de adaptar las estrategias didácticas a esta realidad.
Desde la neurociencia, se ha demostrado que el aprendizaje efectivo ocurre cuando la información pasa de la memoria de trabajo, que es limitada y temporal, a la memoria a largo plazo. Este proceso de consolidación requiere repetición, significatividad y conexión con conocimientos previos.
Para favorecer estos mecanismos en el aula, se recomiendan emplear las siguientes estrategias:
Sesiones en bloques breves de 15-20 minutos, que alternen actividades y varíen los estímulos sensoriales y metodológicos.
Recuperación espaciada, una técnica que consiste en repasar la información en intervalos de tiempo cada vez mayores. Este enfoque ha demostrado ser eficaz para fortalecer la memoria a largo plazo y facilitar una comprensión más profunda y duradera de los contenidos.
La neuroplasticidad se refiere a la capacidad del cerebro para modificar su estructura y funcionamiento en respuesta a experiencias y aprendizajes. Este principio es fundamental para la neuroeducación, ya que ofrece una confirmación científica de que todos podemos seguir aprendiendo y desarrollándonos a lo largo de toda la vida.
Si bien es cierto que existen períodos sensibles durante los cuales ciertos aprendizajes se adquieren con mayor facilidad, como el lenguaje en la primera infancia, la plasticidad cerebral permanece activa durante toda la vida, incluso en la vejez.
De ahí que, en el contexto educativo, sea fundamental crear condiciones que favorezcan la capacidad del cerebro para adaptarse, reorganizarse y aprender. Aquí te presentamos algunas estrategias para estimular la neuroplasticidad en el aula:
Proporcionar experiencias de aprendizaje variadas y desafiantes.
Fomentar el pensamiento divergente.
Mantener una retroalimentación constante.
Y es que los entornos enriquecidos, que brindan múltiples oportunidades de estimulación cognitiva, social y física, favorecen la reorganización de las redes neuronales implicadas en el aprendizaje.
Las investigaciones neurocientíficas han evidenciado que la actividad física tiene un impacto directo sobre el funcionamiento cerebral. El ejercicio incrementa el flujo sanguíneo al cerebro, aumenta la producción de neurotrofinas, proteínas que promueven el desarrollo neuronal, y favorece la neurogénesis en regiones como el hipocampo, fundamental para los procesos de memoria.
En el contexto educativo, este principio puede materializarse de las siguientes maneras:
Integrar pequeños descansos activos entre actividades académicas.
Implementar metodologías que incorporen el movimiento, como el aprendizaje kinestésico.
Diseñar espacios educativos que permitan alternar entre diferentes posturas y niveles de actividad física.
Durante el sueño ocurren procesos críticos para la consolidación de la memoria y el aprendizaje. Las diferentes fases del sueño, sobre todo el sueño REM y el sueño de ondas lentas, facilitan la transferencia de información desde la memoria a corto plazo hacia la memoria a largo plazo, y contribuyen a la reorganización de las redes neuronales.
Los niños y niñas que duermen menos de 8 horas diarias muestran un rendimiento académico inferior, en especial, en tareas que requieren pensamiento creativo y resolución de problemas complejos.
Aquí presentamos algunas recomendaciones para favorecer un descanso reparador en el alumnado:
Impulsar la educación sobre hábitos saludables de sueño.
Adaptar los horarios escolares a los ritmos biológicos propios de cada etapa evolutiva.
Sensibilizar sobre los efectos negativos del uso de pantallas antes de acostarse.
La neurociencia ha demostrado que los circuitos de recompensa del cerebro, en especial el sistema dopaminérgico, están relacionados con la motivación y el aprendizaje. Cuando experimentamos curiosidad o anticipamos una recompensa, se libera dopamina, lo que favorece la plasticidad sináptica y fortalece la consolidación de la memoria.
Por esta razón, los estudiantes que están motivados de forma intrínseca activan con mayor intensidad las regiones cerebrales relacionadas con la atención y el procesamiento profundo, lo que se traduce en aprendizajes más significativos y duraderos.
Desde la neuroeducación, es posible fomentar esta motivación a través de estrategias como las siguientes:
Diseñar actividades que despierten la curiosidad natural del alumnado.
Proponer retos ajustados a su nivel que impliquen esfuerzo, pero sean alcanzables.
Ofrecer opciones que les permitan tomar decisiones y asumir cierto grado de autonomía.
Además, cuando los estudiantes perciben que lo que aprenden tiene sentido y puede aplicarse en su vida real, su nivel de implicación aumenta.
La neuroeducación no solo aporta una nueva forma de entender cómo aprendemos, sino que proporciona herramientas concretas para transformar el día a día en el aula. A continuación, te mostramos algunas claves que ofrece este enfoque.
Un aula neuroeducativa debe considerar factores que influyen en el funcionamiento cerebral. Aquí destacamos algunos aspectos del entorno determinantes para el proceso de aprendizaje:
Favorecer la iluminación natural, ya que está asociada con una mejora en la concentración, el estado de ánimo y los ritmos circadianos de los estudiantes.
Organizar el espacio de forma flexible, permitiendo distintos tipos de disposición según la actividad. Esto facilita la adaptación a diferentes estilos de aprendizaje y promueve la participación activa.
Reducir los estímulos irrelevantes, tanto visuales como sonoros, para minimizar distracciones y optimizar los recursos atencionales.
Ajustar los horarios a los ritmos biológicos, planificando las tareas más exigentes en los momentos de mayor rendimiento cognitivo, durante la mañana, y dejando espacio para actividades más creativas o relajadas en otros momentos del día.
Las metodologías activas y centradas en el estudiante encajan con los principios de la neuroeducación. Aquí te presentamos algunas las técnicas más destacadas:
Aprendizaje basado en proyectos: integra la motivación, la colaboración y el pensamiento crítico. Esta metodología estimula áreas cerebrales implicadas en la resolución de problemas complejos y favorece el aprendizaje significativo.
Gamificación: emplear elementos del juego para activar el sistema de recompensa cerebral. No obstante, es fundamental distinguir entre gamificación educativa y entretenimiento digital. Y es que no todo lo que incorpora elementos lúdicos promueve un aprendizaje significativo.
Aprendizaje experiencial: las experiencias activas, como las simulaciones o las actividades manipulativas, estimulan de forma intensa diversas áreas cerebrales. Este tipo de propuestas favorece la creación de redes neuronales más sólidas y facilita la transferencia del conocimiento a contextos reales, lo que refuerza la comprensión y la aplicación práctica del aprendizaje.
La neurociencia ha evidenciado que la evaluación tradicional, basada en exámenes puntuales de alto impacto, puede activar respuestas de estrés que interfieren con los procesos cognitivos óptimos. De hecho, los niveles elevados de cortisol asociados con la ansiedad ante estas pruebas pueden reducir de forma temporal la capacidad de acceso a la memoria declarativa y las funciones ejecutivas.
Por este motivo, la neuroeducación propone las siguientes estrategias de evaluación más alineadas con el funcionamiento del cerebro:
Evaluación continua y auténtica: modalidades como los portafolios de evidencias o las tareas basadas en situaciones reales permiten valorar el aprendizaje de forma más integral y con menor carga emocional. Estas formas de evaluación promueven una comprensión más profunda y sostenida en el tiempo.
Feedback efectivo: los comentarios específicos, constructivos y en el momento adecuado activan circuitos cerebrales vinculados con la atención y la motivación. De hecho, el feedback inmediato y formativo potencia la retención del conocimiento mucho más que una simple calificación numérica.
Metacognición: fomentar la reflexión sobre el propio proceso de aprendizaje fortalece el desarrollo de la corteza prefrontal, clave en funciones ejecutivas como la planificación o la autorregulación. La autoevaluación y la conciencia sobre las estrategias de aprendizaje utilizadas permiten a los estudiantes convertirse en aprendices más autónomos y eficientes.
Para implementar de manera eficaz los principios neuroeducativos, los docentes necesitan desarrollar competencias específicas. Y es que comprender el funcionamiento del cerebro, conocer los procesos cognitivos implicados en el aprendizaje y saber cómo traducir estos conocimientos en experiencias educativas eficaces son elementos fundamentales para una enseñanza basada en la evidencia.
Aunque el estudio La neuroeducación en la formación docente indica que el 65 % del profesorado muestra interés en recibir formación en este ámbito, lo cierto es que la mayoría todavía no ha tenido acceso a una preparación específica. Esta falta de formación especializada dificulta la implementación generalizada de prácticas neuroeducativas en los centros.
Para los docentes que desean profundizar en este enfoque, existen múltiples recursos formativos, como programas de posgrado especializados, cursos online acreditados y comunidades de práctica que favorecen el aprendizaje colaborativo y el intercambio de experiencias reales en el aula.
A pesar del creciente interés por la neuroeducación y sus aportes al ámbito pedagógico, este enfoque se encuentra con diversas barreras que dificultan su aplicación. A continuación, exploramos algunos de los principales retos que afronta esta disciplina:
Neuromitos. Las creencias erróneas sobre el funcionamiento cerebral que se han extendido en el ámbito educativo son uno de los principales obstáculos. Algunos de los más comunes incluyen la idea de que solo usamos el 10 % de nuestro cerebro o la clasificación rígida de los estudiantes según estilos de aprendizaje visual, auditivo, kinestésico.
Y es que muchos docentes mantienen creencias en al menos dos neuromitos importantes, lo que puede conducir a prácticas educativas sin base científica. En este sentido, una formación específica y actualizada en neurociencia resulta esencial para erradicarlos y avanzar hacia una educación más fundamentada.
Distancia entre investigación y práctica. Una de las dificultades más señaladas es la desconexión que existe entre la investigación neurocientífica y la práctica educativa cotidiana. Aunque los avances en el estudio del cerebro son constantes, no siempre se traducen en aplicaciones pedagógicas concretas y viables en contextos educativos reales.
Aspectos éticos. La neuroeducación también plantea desafíos éticos relevantes. Por ejemplo, la posible medicalización de dificultades de aprendizaje, la categorización prematura de los estudiantes según sus capacidades cognitivas o el uso de técnicas de modificación neuronal sin suficiente evidencia sobre sus efectos a largo plazo son cuestiones que deben abordarse con prudencia.
Para afrontar estos desafíos, la neuroeducación debe evolucionar hacia un enfoque más holístico y contextualizado. Esto implica no solo considerar el funcionamiento cerebral, sino también los factores emocionales, sociales y culturales que influyen en el proceso de aprender.
En la actualidad, destacan algunas líneas de investigación prometedoras, como el estudio de la cognición incorporada, la influencia de los ritmos circadianos en el rendimiento cognitivo o el impacto de las tecnologías digitales en el desarrollo cerebral. Estas áreas ofrecen nuevas perspectivas para enriquecer la práctica educativa desde una base científica sólida y respetuosa con la complejidad del aprendizaje humano.
La formación docente en neuroeducación y la colaboración interdisciplinar entre neurocientíficos, psicólogos y educadores resultan esenciales para continuar desarrollando este campo prometedor. De hecho, solo mediante un diálogo constante entre la investigación y la práctica podremos construir entornos educativos adaptados a cómo aprende nuestro cerebro.
Además, hay que tener en cuenta que aplicar esta metodología no solo transforma la práctica docente, sino que también enriquece el perfil profesional del educador con competencias cada vez más demandadas en entornos educativos, tecnológicos e innovadores.
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